Hay veces que de un modo u otro, da igual, mi cama parece alcanzar un tamaño desmesurado, navego los dobleces de las sabanas de un mar salvajemente violento en el que me encuentro solo y sin dirección... ese mar salvaje de gigantes y potentes olas consigue desmontar fácilmente mi barcaza quedándome desamparado en el agua que me transporta a gran velocidad con potente golpes salados que no permiten la respiración.
La agitación comienza a calmarse, al igual que mis ansias por salir a flote junto con la humedad del agua y todo empieza a adquirir lentamente una textura granulada cada vez mas seca, aumentándose así de un modo paulatino el ambiente secano, lo que había sido un portentoso mar enloquecido se transformó en un desierto de pasos pesados y enormes dunas de arena provocando que el andar resulte aun más costoso.
Los pies se hunden y cuesta sacarlos, la energía gastada luchando contra el mar pasa factura, el cansancio va ganando la partida y el sol abrasador provoca ríos de sudor corriendo como culebras por la frente, prueba evidente del resultado final.
Este ha sido el último paso, el pie ya no es un pie, es un ancla enterrada en la pesada arena desértica, ahora solo soy los restos de esa barcaza, inmóvil, inútil.
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