Aquel don nadie, aquel alambre de espino, calambre, incertidumbre y hambre atroz del desnutrido, consumido por el espacio que se le presenta mientras se esparce en el tiempo, desde el núcleo al infinito y aquello dicho, y de qué manera y aquella sinceridad que aún se recuerda a duras penas, las manzanas y las peras que ya no compramos por kilogramos, las sonrisas verdaderas que ya no mido por kilómetros, y de veras, ahora solo puedo contarlas con los dedos, sonrisas de don nadie. El amable, consciente de lo corto que resulta cada instante y es hablarte un suplicio cargado de suspiros, casi una cruzada seria atravesar tu pelo con éxito sin que el cielo se le abalanzara sobre sí y volviese a caer bajo la autoridad de un momento muerto que se marcha maldiciendo su existencia y su insistencia por una vida efímera sin dolores de barriga sin palabras construidas con amargura, sangre y saliva.
Aquellas ganas contenidas, aquellas miradas extinguidas, aquella piel dura de interior cruda y podrida, aquel nuevo final que continúa y no termina. Aquel don nadie enterrado y no germina, no camina, y no te olvida. Serán las ganas que le hiciste guardar ayer, o la falta de medicinas.
viernes, enero 22, 2010
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